La mujer más asesinada del mundo y otros seres del Théâtre du Grand Guignol
/Maxa fue la mujer «que más veces murió» y la estrella del increíble Grand Guignol de París, auténtico templo de lo macabro y grotesco que maravilló a Lovecraft e inspiró las mejores películas de terror de serie B
«Me han matado mil veces; he sido cortada en trozos; me han arrancado los ojos; He recibido el famoso beso del leproso; me han extirpado los pechos, ahorcado, destripado… ¡qué se yo! La pistola, el cuchillo, y el veneno han sido mis compañeros… según las diabólicas ocurrencias de los autores, me he desangrado entre atroces convulsiones. Y al ver a la audiencia sin aliento, que se desvanecía horrorizada, sentía una gran alegría artística».
Marie-Thérèse Beau (1898-1970), más conocida como Maxa, fue durante dos décadas la estrella indiscutible del Grand Guignol de París, «La Sarah Bernhardt de l’impasse Chaptal» o, como gustaba llamarse a sí misma «la mujer más asesinada del mundo». Desde su debut en 1917 con la obra Le poison noir, su modo estridente, aterrorizador y convulsivo, sus ojos exorbitados y sus rudiosos ataques de nervios, revolucionaron la escena de los pequeños teatros populares del barrio de Montmartre, en el París más canalla, colocando a aquel local de l’impasse Chaptal, escondido al fondo de un callejón sin salida, a la cabeza del panorama underground de la época.
Maxa fue una de las tantas personas que hicieron del Guignol la leyenda que ahora es, desde que fuera abierto a finales del XIX por Oscar Méténier, un antiguo secretario de la comisaría de policía parisina con inquietudes literarias.
El Grand Guignol estaba instalado en un local que ya tenía su propia historia: fue capilla de las Hermanas de la Inmaculada Concepción, conciliábulo herético, taller del pintor Georges Rochegrosse y muchas cosas más. Las obras que se representaban en él eran herederas del terror gótico y precursoras indiscutibles del gore: los textos eran el escenario exclusivo de crímenes atroces, desequilibrados, científicos sádicos y venganzas delirantes… De todo aquello que colocara de inmediato al espectador ante la más horrenda de las pesadillas.
Maxa y el resto de actores y actrices del Guignol eran sometidos a todo tipo de suplicios, muertes y humillaciones, buscando en todo momento el grito, el horror e incluso el desmayo del público. Los autores sabían que jugaban con la censura, deslizándose burlonamente por los límites de lo que entonces se consideraba «lo permitido», sin otra preocupación que mantener los llenos absolutos que lograban noche tras noche durante las primeras décadas del siglo XX.
«Todo valía para consagrar al Guignol como el templo del horror ante una heterogénea audiencia en la que se mezclaba gente del barrio, artistas, buscavidas, policías, bohemios…»
En el Grand Guignol lo mismo se representaban adaptaciones libres de autores literarios reconocidos, especialmente Poe, que recreaban sucesos que habían tenido alguna repercusión en la prensa amarilla o, simplemente, inventaban sus propias historias. Todo valía para consagrar al Guignol como el templo del horror ante una heterogénea audiencia en la que se mezclaba gente del barrio, artistas, buscavidas, policías, bohemios… Todos acudían a pasar unas horas disfrutando de una puesta en escena apoyada en imaginativos efectos especiales de sonido y en grandes trabajos de maquillaje, con especial dedicación a la recreación de torrenciales sangrías que iban acompañadas de un pestífero hedor a sangre inundando la sala.
Otros de los grandes del Guignol fueron André de Lorde y Maurice Level, creadores de algunas de las obras más clásicas del teatro. De Lorde inauguró el «tema médico», para lo cual no dudó en frecuentar asilos e interrogar a especialistas en relación a disecciones y medicina experimental. A partir de toda la información recopilada crearán obras desmesuradas en las que se opera, trepana, corta y tortura a discreción, ante un público que lo observa todo entre gozoso y despavorido. Sobre Maurice Level, H. P. Lovecraft llegaría a destacar, en Supernatural Horror in Literature (1927), su gusto por lo cruel y macabro, y en especial la exaltación del terror físico.
L’homme qui a tué la mort es una obra en dos actos estrenada el 9 de enero de 1928. La historia se desarrolla en una prisión donde un tal Morales, condenado a muerte tras un juicio de dudosa transparencia, marcha hacia su final sin saber que en esos mismos instantes el profesor Fargus, un reconocido científico, pide permiso para participar en la ejecución experimentando libremente con el condenado ante el público que ha asistido a verle morir. Lo que se desarrolla en ese momento es una de las escenas más afamadas que se representaron en el Guignol… Una vez muerto el condenado, Fargus sigue empleando la cabeza del difunto para hacer con ella diferentes experimentos de reanimación, que culminarán con un terrible éxito, como era de esperar.
Otra pieza que tuvo gran éxito fue Dans L’homme de la nuit (1921), inspirada en el famoso caso del sargento Bertrand, conocido como el «Vampiro de Montparnasse», que fue condenado en 1849 por exhumar en dicho cementerio las tumbas de mujeres jóvenes para practicar con ellas la necrofilia.
El éxito que acompañó a todos sus estrenos animó a los promotores del Guignol a adaptar las mejores obras al inglés y representarlas en la sede que abrieron en Londres. Éxito. Le baiser dans la nuit de Maurice Level —que se tradujo con un más casto y exento de doble sentido The Final Kiss—, es el ejemplo más claro del eco que iban a tener estas obras nacidas en un callejón sin salida de Montmartre.
De hecho, Le baiser ha sido adaptada en innumerables ocasiones, manteniéndose siempre la estructura de la historia: el deseo de venganza de un hombre ciego y desfigurado por el ácido que le arrojó su amante tras conocer su infidelidad. A partir de ahí, el drama gira en torno a dos momentos que son recreados con horror extremo: aquel en el que el protagonista se quita la venda y se ven la totalidad de sus lesiones; y el de la venganza final que culmina con el cegamiento de la amante.
«Ese equilibrio intencionado entre comedia negra y horror brutal, heredado de la fórmula que forjaron los autores del Théâtre du Grand Guignol, lo prolongaría EC a sus Tales from the Crypt»
Inspirado en esta historia, se publica en enero de 1952 The Acid Test, un relato de ocho páginas en el número 11 de The Haunt of Fear, de EC Comics, insistiendo aún más en los detalles escabrosos de la historia, en aquellos en que la sangre, las pieles supurantes y burbujeantes, parecen querer explotar salpicando al lector.
Cuando William Gaines, editor de EC Comics, definió las directrices para los guionistas de terror de la casa, utilizó aquello que años antes había resaltado Lovecraft en Maurice Level, el autor de Le baiser: gusto por lo macabro y cruel, horror físico y juego con las emociones. De hecho, la del Acid Test no sería la única adaptación que harían de Level.
Ese equilibrio intencionado entre comedia negra y horror brutal, heredado de la fórmula que forjaron los autores del Théâtre du Grand Guignol, lo prolongaría EC a sus Tales from the Crypt, y de ahí saltará al cine a partir de aquellos mismos años cincuenta... Pero esta es ya otra historia.