El bárbaro mundo de los gamberros: Así se describió en España a los teddy-boys y fans del pop

El pionero reportaje «El bárbaro mundo de los gamberros. Así viven los teddy-boys», publicado en 1964 en la revista La Actualidad Española, criminalizó a las subculturas juveniles, a las que no dudó en calificar de «gamberras»

«En Francia los llaman "blousons noirs". En Italia, "vitelloni". Los japoneses "mambo boys"; "stiliaji", los rusos; en Australia, "bodgies", y en España —con esa concisión tan ibérica—, "gamberros". Sin embargo, su uniforme y el nombre que los identifica es universal. En cualquier sitio se reconoce fácilmente a un "teddy-boy": motocicletas, guitarras, chaquetas de cuero, pantalones ceñidos, botas altas, melenas y una expresión indescifrable». Así comenzaba, en un tono rodeado de peligro y misterio, el reportaje que la revista La Actualidad Española dedicó a los teddy-boys bajo el título «El bárbaro mundo de los gamberros. Así viven los teddy-boys» publicado en agosto de 1964 y que podemos ver en este artículo gracias al archivo particular de nuestro amigo Juan Carlos Sr. Yeyé. Pero el reportaje no solamente los retrataba a ellos. A través de varias espectaculares fotografías, desfilaban mods y rockers y, por supuesto, se hablaba de enemistad y rivalidades entre subculturas. Mostraba a chicas (una de ellas, aunque extranjera, es llamada «Cristina») pertenecientes a pandillas y, sobre los rockers, aseguraba que acudían allí donde hubiera violencia y...  máquinas tragaperras.

«Cuando se publicó este histórico reportaje sobre los teddy boys (posiblemente el primer y más amplio, o al menos aquel que incluyó una amplísima galería fotográfica), la revista tenía una tirada enorme que alcanzaba los 200.000 ejemplares, por lo que muchos españoles por vez primera conocieron a todo color las aventuras y desventuras de teddies, rockers y mods»

La Actualidad Española (1952-1979) fue una de las primeras revistas de información general y actualidad que incluyeron páginas en color. Pertenecía al Opus Dei y la fundaron el periodista Jesús María Zuloaga, el político y director general de información Florentino Pérez Embid, y el catedráticoAntonio Fontán. El primer número, al precio de 5 pesetas, salió en los quioscos el 12 de enero de 1952, con una información de portada dedicada al obispo croata Spinac, en conflicto por entonces con el gobierno del mariscal Tito. Su formato, en aquella primera etapa, era menor. Cuando se publicó este histórico reportaje sobre los teddy boys (posiblemente el primero y más amplio, o al menos aquel que incluyó una amplísima galería fotográfica), la revista tenía una tirada enorme que alcanzaba los 200.000 ejemplares, por lo que muchos españoles por vez primera conocieron a todo color las aventuras y desventuras de teddies, rockers y mods. Curiosamente, aunque comenzó en manos de la derecha ultracatólica, aún en los tiempos del reportaje sobre los teddy boys, acabó siendo comprada por políticos y empresarios del UCD, entre los que estaba el empresario salmantino José Luis Sagredo, mano derecha de Adolfo Suárez.

En España, aún la expresión «teddy-boy» decía muy poco. El golfo y la golfería eran la seña de identidad de una juventud que comenzaba a coquetear con el pop, la cultura ye-yé y todo ese sentido de prohibición que lo rodeaba y que el franquismo había aireado. La publicación pionera de la cultura ye-yé y, posiblemente, la primera que comenzó a tratar de forma más o menos seria las subculturas vinculadas al rock and roll fue Fonorama, que incluía reportajes y artículos sobre los grandes héroes de esa misma juventud que La Actualidad Española no dudaba en calificar de «gamberra», una palabra apropiada según esta, «con esa concisión tan ibérica». La prensa española había publicado artículos en los que, al calor de las famosas matinales del Price (celebradas entre 1962 y 1964), se visibilizaban comportamientos hasta entonces desconocidos en nuestro país, sobredimensionando la actitud de los fans ante sus ídolos y grupos pop.

La actitud del régimen sería la criminalización y estereotipación del pop, empezando por la Iglesia, que al año siguiente del reportaje ya contaba con la opinión del propio Papa. En ABC (6 de julio de 1965) puede leerse un aviso del Papa Pablo VI a los jóvenes contra la histeria de algunos grupos juveniles, en donde «advierte a los menores de veinte años contra la búsqueda de la libertad desenfrenada de la atracción mimética y en la agitación frenética de algunos espectáculos sin sentido», añadiendo que «no debían vivir como algunas jóvenes modernas que muestran gran debilidad por el escepticismo y la decadencia».

Ante el éxito de las matinales del Price, numerosa prensa conservadora inició una feroz campaña contra el pop y sus seguidores, tachándolos precisamente de «gamberros», tal y como hizo el periódico Madrid el 1 de diciembre de 1962, con un artículo titulado «Gamberreo musivocal de moda». En el texto, se simulaba un diálogo con un fan del pop para en realidad expresar su propia opinión ante el nuevo fenómeno.

La imagen que desató la polémica. Fans del pop bailan en pleno centro de Madrid, a las puertas del Price.

La imagen que desató la polémica. Fans del pop bailan en pleno centro de Madrid, a las puertas del Price.

Un tío sale con una guitarra, un esmoking de fantasía—de muy poca fantasía—, un pelado a navaja y al cuello un lacito cursi de cualquier color.

—¡Damas y caballeros: con ustedes Chuchi Garci, el emperador del ritmo!

Una ovación acoge su presencia. La guitarra es eléctrica, el joven es un caradura. Se pone ante el micrófono y comienza a berrear —dicen que en inglés—, mientras rasca la sonata y pega saltos como un poseído del diablo. El emperador no sabe inglés; afortunadamente, el público tampoco.

Si hay algún inglés en la sala, el hombre sale convencido de que el artífice del salto y la canción se estará expresando en algún dialecto extraño o, tal vez, en cualquiera de las lenguas muertas. El artífice suda. Grandes aplausos coronan su trabajo.

—Y bien, ¿a usted lo que le impresiona es la letra?

—¡Hombre, no!

—¿La música?

—¡No, claro!

—¿La voz?

—Pero ¡no, si no es eso!

—¿Los saltos?

—No, señor. ¡Es el ritmo! ¿Usted es que no siente el ritmo?

—No siento nada más que asco, la verdad. Lo del camelo del ritmo es que no me repercute ni pío en la víscera emocional.

—¡Pues no sé qué es lo que quiere! ¡Es la moda! ¡La atracción de moda!

—¿Atracción?...

—¡Sí, señor! ¿Qué pasa?

¡Y cualquiera convence a estos epicúreos del arte de «music-hall» de que son unos papanatas!