«¡La cresta es mía!»: la desinfección punk de la Semana Grande de Bilbao

Un agente junto a varios de los jóvenes que pasaron por la ducha involuntaria, el 19 de agosto de 1985. (foro: Maite Bartolomé / el correo).

En 1985, el ayuntamiento de Bilbao resolvió por la fuerza el problema de higiene de la oleada de punks conocidos popularmente como “pies negros”. Esta es la historia de aquellos demenciales chicos acelerados que fueron golpeados, sulfatados y rapados para celebrar la Semana Grande.


«La movida de ayer es que se cogieron a mogollón de peña y se los llevaron a todos pa'lante y luego les cortaron la cresta». Así narraba un testigo ante las cámaras de ETB la operación de limpieza a la que fueron sometidos una veintena de punkis durante la Semana Grande de Bilbao de 1985. Un dispositivo policial que se activó —con nocturnidad y alevosía— por orden del Consistorio, para desinfectar por la fuerza a una veintena de jóvenes. Para Klaudio Landa, aquellas oleadas de pies negros que recalaban en la capital vizcaína con motivo de las fiestas eran el símbolo de una época. «¡Aquellas crestas me encantaban! —recuerda— Yo hubiese organizado un concurso». Su padre, Karmelo Landa, del colectivo cultural Txomin Barullo, fue el portavoz de la primera Comisión de Fiestas que aglutinó a cuadrillas de amigos, asociaciones y sectores sociales para organizar las primeras comparsas en 1978. Con el paso de los años un nutrido grupo de fiesteros itinerantes comenzaron a cobrar notoriedad. Inofensivos y pacíficos en general, acampaban en la Naja y Unamuno, y se buscaban la vida para costearse el “bebercio” a base de pedir calderilla a los transeúntes. «A mí no me molestaban. Es más, yo creo que enriquecían de alguna manera todo ese universo».

¡Y tanto que lo hacían! En torno a ellos proliferaban las asambleas, los gaztetxes autogestionados —como el de Bilbao y el de Andoain—, los fanzines (el primero de los punks vascos, titulado Destruye!!!, nació en julio de 1981 con una tirada de 100 ejemplares) y las radios libres como Eguzki Irratia de Pamplona. El 22 de Agosto de 1984, Eskorbuto, Decibelios, La Polla Records y Desechables actuaron en las fiestas de Bilbao. «Cuando el trío de Santurtzi salió el ambiente era ya de clímax total —relata un fanzine de la época— Eskorbuto estuvo como siempre, entregándolo todo, cada vez más fuertes, tan originales y divertidos y cada vez más bestias. En el grupo se pudo apreciar una considerable mejora a nivel interpretativo, probablemente por la actuaciones que están haciendo, y esto a la larga se nota. El batera, Pako, sigue siendo Speed Gonzales pero en anfeta. Pocos bateras he visto que se entreguen tanto como él. Demostraron ser una auténtica banda punk. Tocaron temas de siempre y alguno antiguo, pero los que siguen teniendo más aceptación entre el personal son Mucha policía, poca diversión, pedido continuamente, y Ratas en Vizcaya. Los de Santurtzi demostraron porqué tienen tantos seguidores, y si no te percataste no vayas tan puesto a los conciertos».

En 1985, las dimensiones del punk vasco son ya impresionantes, de ahí el alarmismo desatado por los medios de comunicación y el nerviosismo de las autoridades

Sin embargo, para Álvaro Gurrea, otro histórico de la Aste Nagusia, la situación resultaba mucho más problemática. «Venía gente hasta de Alemania —sostiene— Los más ácratas y los más guarros del mundo porque aquí valía todo». Y aunque su presencia en la ciudad fue criticada por algunos vecinos, nunca antes había generado quejas formales, al contrario que en la República Democrática Alemana, donde las autoridades locales intervinieron para reprimir el movimiento punk con la excusa de alejarlos del centro de Wuppertal y evitar así las protestas de los comerciantes de la zona. La medida sentó un precedente peligroso y, en cuanto la división política de Kriminalpolizei, conocida como K1, y la fracturación de los servicios secretos estatales —la popular Stasi, responsable de subvertir la actividad política clandestina— tomaron cartas en el asunto, alentaron a una minoría violenta de los skinheads locales para que atacaran a sus antiguos colegas. «Divide y vencerás», debieron pensar, reparando demasiado tarde que entre los cabezas rapadas comenzaba a emerger con fuerza el germen del nazismo. No obstante, a principios de 1989, un informe gubernamental todavía señalaba al punk como el principal obstáculo para lograr una juventud saludable. «Con esas pintas de enfermos y esa imagen tan estrafalaria, Eskorbuto os iría que ni pintado», les dijo Roberto Moso, cantante de Zarama, a sus amigos. El resto es leyenda.

Así y todo, conocidos los antecedentes de Alemania, es posible que la campaña Martxa eta Borroka, promovida por Herri Batasuna unos meses antes, precipitase los acontecimientos. Entre febrero y de marzo de 1985 se celebraron una veintena de conciertos punk en la Feria de Muestras de Bilbao, en el que participaron Hertzainak, La Polla Records, Kortatu, Jotakie, Ruper Ordorika, Altos Hornos de Vizkaya y Pilindrajos, «abriendo el debate entre quienes afirman la manipulación del Rock Radical Vasco por parte del Movimiento de Liberación Nacional Vasco y entre quienes creen en la importancia de espacios de comunicación común», tal y como señala el sociólogo Jakue Pascual en su libro Movimiento de Resistencia. Años 80 en Euskal Herria. Contexto, crisis y punk (Txalaparta, 2015). El también autor de Telúrica vasca de liberación. Movimientos sociales y juveniles en Euskal Herria (Virus Editorial, 1996) remarca que en ese mismo año «las dimensiones del punk vasco son ya impresionantes, de ahí el alarmismo desatado por los medios de comunicación y el nerviosismo de las autoridades».

«El hecho de llevar crestas de gallo en la cabeza o de no lavarse, no es razón para que se los lleven en un furgón como a las bestias»

Coincidiendo con la celebración de la Semana Grande de Bilbao, la policía local golpeó, sulfató, cortó las crestas y expulsó a los punk que procedían de fuera de la ciudad. Limpieza corporal obligada para los ‘punks’ en Bilbao, lo tituló el periódico El País: «Así, unos 20 punks recién llegados a Bilbao de otros puntos de España se vieron en un santiamén duchados, esquilados y desprovistos de su habitual vestuario de cuero negro. A cambio, estos contestatarios de la vestimenta recibieron el correspondiente hábito de corte castrense. El traslado de los punks a las dependencias municipales, en donde pasaron por la obligada ducha y peluquería, fue precedido de escenas de tensión entre los mencionados jóvenes y la Policía Municipal. Los encargados de algunas txoznas (chiringuitos) se habían negado previamente a servir bebidas a los punks, a quienes considerabn personas no gratas, ya que, en su opinión, "estropean el ambiente de las fiestas. Ya no se trata de que se meen en plena vía pública, sino que han llegado a pincharse delante de todo el mundo».

«Me parece humillante que en unas fiestas tengamos que estar aguantando el que tiren porquería por la calle —se quejaba al reportero una vecina— que rompan cristales y no se pueda andar de la suciedad que hay y del olor que echan». Otras voces incluso llegaron más lejos, acusándoles de contagiar la lepra y la sífilis, así que el Ayuntamiento decidió actuar contra el foco de insalubridad y decidió cortar por lo sano. La iniciativa corrió a cargo de José Luis Robles Canibe, alcalde del Partido Nacionalista Vasco. La Policía Municipal se encargó de “purgarlos”, introduciéndoles a empujones en el vehículo al que algún chistoso bautizó como “el furgón del pulgón” y que los llevó al servicio municipal de desinfección, situado en el edificio modernista diseñado por Ricardo Bastida que hoy acoge la oficina municipal del distrito de Basurto. En el traslado «resultaron contusionados un policía municipal y varios jovénes», según informó El Correo. Una vez en el centro, «fueron duchados y rapados, en algunos casos, por funcionarios municipales».

«Venía gente hasta de Alemania. Los más ácratas y los más guarros del mundo porque aquí valía todo».

«Además de la obligatoria ducha, se ha cortado el pelo a los que lo tenían especialmente sucio», decía el comunicado oficial. «Mi cresta medía 40 centímetros y ligarla me había costado siete meses de mi vida, ¿comprendes? Siete meses, y ahora vienen estos cabrones y me cortan el pelo al cero...», se lamentaba uno de los chavales pelados a la fuerza. «¡La cresta es mía!», se quejaba otro joven poco antes de perderla. Se llamaba Bernardo Delfosse, tenía 18 años y era belga. La crónica periodística de Antxon Urrosolo detallaba los nombres y las edades de parte de la veintena de 'higienizados': «Luisillo (donostiarra, 18); Tina (de Pamplona, 14 años); Blanco (vallisoletano, de 18 años) y Luis (16 años, de Pamplona)». A varios de ellos se les entregaron prendas de vestir nuevas y el entonces concejal de Cultura, Julián Fernández, recordaba años después que «nos pedían chupas de cuero».

«La mayoría son gente pacífica que no se meten con nadie si no les buscan la boca —reconocía con visible indignación una comparsera— El hecho de llevar crestas de gallo en la cabeza o de no lavarse, no es razón para que se los lleven en un furgón como a las bestias». Nacidos en la margen izquierda de la ría del Bilbao, una zona estigmatizada en tiempos de Eskorbuto y hoy recuperada para el turismo gracias a su Puente Colgante, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Iosu y Juanma no vivieron para ver el mural de 57 metros cuadrados que les homenajea a Eskorbuto en su localidad natal, a escasos diez metros de un busto que conmemoran los primeros versos de Anti-todo: «Nada más nacer / Empiezan a corrompernos». Los dos murieron en 1992, negándose a envejecer en absoluta sumisión.