Patina y destruye: Hugh Holland y el estilo salvaje


Las increíbles fotografías de Hugh Holland de los primeros y «suicidas» skaters que inspiraron a una generación de hardcore kids y punk rockers

[Fotografías: Hugh Holland]

 La oleada de bandas que combinaban skate y hardcore parecía imparable. Surgían revistas (Skate Punk Magazine), The Faction (que cantaban «Skate and destroy») o recopilatorios (Trasher Skate Rock Compilation). La lista es demasiado larga. A comienzos de los ochenta, los hardcore kids de medio país formaban bandas, hacían fanzines o montaban conciertos con un monopatín bajo el brazo. Años más tarde, con la aparición del crossover (el cruce perfecto entre punk y trash metal), con DRI, Suicidal Tendencies o los increíblemente poco reivindicados Gang Green, padres del hardcore + skate + beer. Sin embargo, aquel movimiento de músicos que patinaban se parecía muy poco al que había alumbrado todo aquello una década antes cuando decenas de chavales (unos meros adolescentes y casi niños, la mayoría de ellos) inundaban piscinas abandonadas en la costa oeste, en Los Ángeles o San Francisco, en un estilo salvaje que sería retratado magistralmente por Hugh Holland.

«No sonaba punk o hardcore, que aún no había ni tan siquiera surgido, sino bandas pioneras del heavy metal como Led Zepellin. Inspirados por películas de surf o de serie B»

Había donde elegir. Centenares de ricos, con la crisis financiera de los setenta, habían perdido sus casas. El desastre financiero hizo que muchas fuesen embargadas o quedasen abandonadas durante años. Y lo que es mejor: carecían de vigilancia. Los futuros punks californianos se curtieron en los fondos de las piscinas junto a radiocasetes gigantes en los que, a mediados de los setenta, no sonaba punk o hardcore, que aún no había ni tan siquiera surgido, sino bandas pioneras del heavy metal como Led Zepellin. Inspirados por películas de surf o de serie B, practicando trucos y piruetas arriesgadas con escasa protección, fueron captados por Hugh entre 1975 y 1978, mientras vivía en Hollywood. No era un chaval: tenía ya 32 años. Solía acudir a los improvisados skate parks al caer la tarde cada fin de semana. Casi nadie los filmaba o fotografiaba, y pronto se hizo colega de alguno de aquellos chicos de entre 13 y 19 años. Muchas de ellas aparecen en su libro Locals Only, publicado en el 2012. Ninguno era profesional. Por entonces, el skate no era ningún negocio y, posiblemente, en caso de haber preguntado a alguno de aquellos pioneros sobre fama y dinero hubieran contestado con incredulidad. Ni tan siquiera aún sonaban los nombres de Bones Brigade, Z-Boys, Powell Peralta o una megaestrella del skate como Tony Hawk. Aunque el skate había surgido mucho antes. La compañía Makaha diseñó las primeras tablas en 1963 inspiradas en las tablas de surf. Su fundador era Larry Stevenson, quien una década antes, mientras trabajaba de socorrista en la playa de Venice, se fijó en las tablas de surf e imaginó algo así pero con variaciones y para su uso urbano. Ese mismo año se organizó el primer y precario campeonato de skate, que tuvo lugar en la Escuela Pier Avenue Junior, en Hermosa, California.

Al principio todo era improvisado y clandestino. No había patrocinadores. Nadie se interesaba por aquel fenómeno que poco a poco iba sumando adeptos. En 1978, sin embargo, justo con la consolidación del punk y la aparición de las bandas de punk angelinas o de San Francisco, el skate y su riesgo, su estética suicida, inspiró a muchos jóvenes que muy pronto montarían las primeras bandas de hardcore. Todo formaba parte de una misma «visión»: vivir el momento, patinar, no mirar atrás y destruir.